Oración para todos los días:

Benignísimo Dios de infinita caridad que tanto amaste a los hombres, que les diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen naciera en un pesebre para nuestra salud y remedio; yo, en nombre de todos los mortales, te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno a él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu Hijo humanado; suplicándote por sus divinos méritos, por las incomodidades con que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.

(Se reza tres veces Gloria al Padre).

Oración a la Santísima Virgen:

Soberana María, que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera por madre suya, te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma y la de todos los que en este tiempo hicieran esta novena, para el nacimiento espiritual de tu adorado Hijo. ¡Oh dulcísima Madre!, comunícame algo del profundo recogimiento y divina ternura con la que aguardaste para que nos hagas menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.

(Se reza tres veces el Avemaría.)

Oración a San José:

¡Oh Santísimo José!, esposo de María y padre adoptivo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Te ruego, por el amor que tuviste al Divino Niño, me abraces en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.

(Se reza un Padre nuestro, un Avemaría y un Gloria).

Día primero:

Cuando va a nacer un niño hay que prepararle la ropa y la cuna. Como San José era carpintero, fabricó la cuna más bonita, con la mejor madera que tenía, para el niño Dios. La Virgen María, alternando con los trabajos de la casa, pasó mucho tiempo tejiendo y bordando los pañales y ropitas. Poniendo siempre en todo lo que hacía el inmenso cariño que tenía a su hijo. A veces, como nos pasa a todos se cansaban del trabajo, pero entonces pensaban en el Niño Jesús y seguían haciéndolo con mucha alegría. Todos los hombres tenemos que trabajar porque Dios ha querido que nos ganemos la vida y ayudemos a que los demás sean felices. El principal trabajo de los niños es estudiar, hacer los deberes y ayudar en casa. Cuando trabajamos o estudiamos pensando en agradar a Jesús, a Dios le gusta mucho. Pero nuestro trabajo debe estar bien hecho, si lo dejamos para última hora, cuando ya no hay casi tiempo o si está hecho mal de cualquier manera por nuestra culpa, no se lo podemos ofrecer a Dios, porque sería como una ofensa. El regalo de este primer día para el Niño Dios será trabajar o estudiar con más empeño, como lo hicieron la Virgen María y San José.

Día segundo:

Con todo ya preparado para recibir al Niño Dios lo mejor posible, San José y la Virgen María recibieron la noticia de que debían viajar a Belén. Fue una gran contrariedad porque los viajes eran entonces muy molestos, sin embargo, no protestaron. Enseguida se pusieron a preparar las cosas para salir cuanto antes. Aquel cambio de planes, como a todos nos sucede cuando nos mandan algo que no nos gusta, les costó trabajo, pero como ellos sabían que al obedecer a quien lo había ordenado estaban obedeciendo a Dios, no pusieron mala cara y lo hicieron rápidamente.
Sin obediencia no puede haber orden. No debemos hacer lo que nos mandan sólo para no tener problemas, hemos de obedecer porque así le demostramos a Dios que lo amamos, como Jesús, que obedeció toda su vida desde que era Niño hasta que murió en la cruz. En este segundo día de la Novena, podemos preparar la venida del Niño Dios obedeciendo siempre a la primera, sin que nos digan las cosas dos o tres veces y con alegría. Así nos pareceremos a Jesús, a María y a José.

Día tercero:

Mientras la Virgen María y San José viajaban hacia Belén, otras veces conversaban entre sí y a veces caminaban en silencio. Cuando estaban callados, hablaban por dentro con el Niño Dios y le agradecían todas las cosas buenas que nos iba a traer a los hombres. También le decían al Niño Dios con el corazón, sin que se oyesen las palabras, que le querían mucho. Las oraciones vocales como el Padre Nuestro y el Avemaría son muy buenas, porque nos ayudan a pedirle lo que se debe y nos facilitan el rezar juntos. Pero para hablar con Dios no hace falta siempre que se nos oiga, Él nos escucha en todo momento porque sabe lo que pasa en nuestro corazón y en nuestra mente. Debemos procurar hablar con Dios, muchas veces a lo largo del día: cuando trabajamos o hacemos nuestros deberes, al caminar por la calle, cuando jugamos o cuando descansamos.
Nuestra vida es un camino cuyo final es el cielo, si lo recorremos hablando con Jesús, con María y con José, se nos hará muy agradable y el tiempo se pasará volando. Hoy, que vivimos el tercer día de la Novena, recordando el viaje de San José y de la Virgen, podemos proponernos hablar muchas cosas con Dios, por dentro, a lo largo de todo el día.

Día cuarto:

De vez en cuando, en el camino hacia Belén,
la Virgen María y San José tenían que detenerse y descansar. San José, que era más fuerte y tardaba más en cansarse, se preocupaba de que la Virgen estuviera lo mejor posible. Los dos hablaban del Niño Dios y
descansaban porque no pensaban en sí mismos.
A todos nos pasa que cuando estamos cansados nos cuesta pensar en los demás, nos olvidamos de que los otros – papá, mamá, los hermanitos – también están cansados porque han trabajado mucho y entonces, pensando sólo en nosotros, queremos que no se molesten ellos en lugar de ayudarles para que descansen. De este modo nos ponemos de mal genio y lo dañamos todo; porque ni estamos contentos nosotros, ni dejamos en paz a los demás. Sobre todo, en casa, acordándonos de la Virgen María y de San José, hemos de ayudar a que todos estén contentos, no es fácil, porque lo fácil es ser egoísta y no
ayudar a nadie, pero debemos luchar por conseguirlo. Hacer que los demás estén contentos y más aún cuando estamos cansados, le gusta mucho al Niño Dios. Son muchas las cosas que se pueden hacer, por ejemplo: no gritar, pedir las cosas con un por favor, prestar lo nuestro, perdonar enseguida a quienes han hecho algo que no nos gusta, etc. Algo parecido podemos ofrecerle al Niño Jesús en este cuarto día de la Novena.

Día quinto:

Cuando la Virgen María y San José llegaron a Belén, se encontraron con que no había ningún alojamiento en el pueblito, ya que eran muchos los que habían llegado para empadronarse. San José lo pasó mal porque el Niño Dios ya podía nacer en cualquier momento y él, que le hacía las veces de padre, no tenía dónde recibirle, sin embargo, no se desanimó, pues sabía que Dios estaba preparando todo para que se cumpliese su Santa Voluntad. La Voluntad de Dios es siempre mejor que la nuestra, como es un padre buenísimo, que nos quiere más que nadie, siempre dispone lo mejor para nosotros. A veces, no lo vemos hasta que pasa el tiempo, y algunas cosas no las entenderemos del todo mientras no lleguemos al cielo. En esos momentos en que nos cuesta lo que Dios quiere porque no comprendemos que sea lo mejor, hemos de tener fe como la tuvieron la Virgen y San José, debemos repetir en esos casos lo que seguramente diría San José: “Hágase, Señor, tu voluntad, que siempre es lo mejor para todos y para mí”. Como lo peor del mundo es rebelarse contra la voluntad de Dios y lo mejor es amarla, ofrezcámosle hoy al Niño Jesús todas las contrariedades que nos vengan a lo largo del día. Si las recibimos por amor al Niño Dios, tendremos mucha alegría y nos pareceremos a San José y a la Virgen María.

Día sexto:

Había en Belén una posada cuyo dueño, con tantos viajeros, estaba haciendo muy buen negocio. Como el Niño Dios ya debía nacer en poco tiempo, San José intentó que recibieran allí a la Virgen María, que
estaba muy cansada por el viaje. El dueño de aquella casa grande no quiso molestarse en buscarles ni siquiera un rincón en su posada y los dejó en la calle, fue muy triste que aquel hombre no venciera su egoísmo, ya que, además de hacer sufrir a la Sagrada Familia, se quedó sin ser el primer adorador del Niño Jesús. Todo lo que hacemos a los demás, sea bueno o sea malo, es como si se lo hiciéramos al mismo Señor Nuestro Jesucristo, porque Él así ha querido que sea, por eso, las personas egoístas que no tienen corazón ni para Dios ni para los necesitados, van por un mal camino. Si no se corrigen, perderán al Niño Jesús para siempre, harán sufrir mucho a todos y ellos mismos vivirán amargados. Por el contrario, cada vez que con la ayuda de Dios, vencemos esa tendencia mala a querer todo para nosotros, Jesús, María y José nos bendicen y nos dan un beso. Hoy podemos hacerle al Niño Jesús un regalo más valioso que el oro: no escoger lo mejor para nosotros sino dejarlo para mamá, para papá, o para alguno de nuestros hermanitos. Puede tener que ver con el postre, con los juguetes, con el mejor asiento o con cualquier cosa que nos guste mucho.

Día séptimo:

Como en Belén nadie les dio alojamiento, San José no tuvo más remedio que acomodar a la Virgen María en un sitio que nadie quería: en un lugar donde pasaban la noche los animales de un campesino. Barrió con unas ramas secas el suelo, puso unas cobijas sobre la paja para que se acostara la Virgen, encendió un fuego y preparó algo de comida. Con el fuego también se calentó el ambiente. Así San José, con las pocas cosas que tenía, poniendo mucho cariño, consiguió para la Virgen María y para el Niño Dios un sitio pobre, pero limpio y lleno de amor. Es muy fácil caer en la trampa de pensar que con lo que tenemos no podemos hacer bien las cosas, que, si tuviésemos mejores juguetes, otros hermanitos o más dinero todo iría muy bien. Cuando se cae en esta trampa, se vuelve uno envidioso, entonces se empieza a pensar que a los otros hermanitos les tratan mejor o que les dan las mejores cosas y los dulces más ricos. La envidia es muy mala, fue la que hizo que Caín matara a su inocente hermano Abel en la primera familia que hubo sobre la tierra y Dios maldijo al asesino. En el séptimo día de la Novena, nuestro presente para el Niño Dios puede ser contentarnos con lo que nos dan y no tener envidia de ningún hermanito o amiguito. Cuando Jesús
nos vea que nos parecemos a San José nos dará lo mejor: su cariño./span>

Día octavo:

En aquel lugar que había sido antes destinado a los animales, mientras la Virgen parecía dormir sobre aquellas pajas, San José se sentó junto al fuego con la intención de pasar la noche en vela. Contemplando la llama, meditó sobre cómo se encontraría el Niño Dios cuando naciera en aquel establo. Por una parte, tenía ganas de llorar por lo mal que se habían portado los de Belén, pero, por otra parte, como sabía que muchos cambiarían cuando conociesen a Jesús y se arrepentirían de verdad de
su mala vida, también sentía gozo pensando en lo poco que ya faltaba, luego pensó en sí mismo. Como todo le parecía poco para el Hijo de Dios, decidió esperarle repitiéndole muchas veces que le amaba pero le pudo más el cansancio y se quedó dormido. Es muy bueno que todas las noches, antes de acostarnos, examinemos cómo nos hemos portado durante el día, pero para ello hemos de ser valientes y no tener miedo a decirnos la verdad, aunque nos cueste. Los que dicen siempre la verdad son los que más agradan a Jesús, que se hizo hombre para decírnosla a todos. Los niños embusteros, aunque sus mentiras no sean muy grandes, se alejan de Jesús y no le quieren. Para borrar todas las mentiras que hemos dicho, en este penúltimo día de la Novena, procuremos esperar al Niño Dios repitiéndole muchas veces que le amamos.

Día noveno:

La Virgen María despertó a San José
para que pudiese adorar, antes que nadie, al Niño Dios. Cuando la Virgen le tocó el hombro, San José quiso enseguida ayudar en lo que hiciera falta, pero casi al instante comprendió que el nacimiento de Jesús había sido milagroso. Vio a la Virgen María, más guapa que nunca, porque ya era Madre sin dejar de ser Virgen, tenía en sus brazos al Niño Jesús dormidito y envuelto en pañales. San José, no dijo nada para no despertar al niño, ni se atrevió a cogerle, se puso de rodillas y lloró sin poder contener la emoción y la dicha. La Virgen le dejó que se desahogara y luego le entregó al Niño, mientras ella preparaba el desayuno. San José, tenía unas ganas enormes de apretar a Jesús junto a su pecho y llenarlo de besos, pero se contuvo.

Gozos

Dulce Jesús mío, mi niño adorado,
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!
¡Oh, Sapiencia suma del Dios soberano,
¡qué a infantil alcance te rebajas sacro!
¡Oh, Divino Niño, ven para enseñarnos
la prudencia que hace verdaderos sabios!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Oh, Adonai potente que Moisés hablando,
de Israel al pueblo diste los mandatos.
¡Ah, ven prontamente para rescatarnos,
y que un niño débil muestre fuerte el brazo!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Oh raíz sagrada de Jesé que en lo alto
presentan al orbe tu fragante nardo!
¡Dulcísimo Niño que has sido llamado
Lirio de los valles, bella flor del campo.
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Llave de David, que abre al desterrado
las cerradas puertas del regio palacio!
¡Sácanos!, ¡Oh Niño, con tu blanda mano,
de la cárcel triste que labró el pecado!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Oh lumbre de oriente, sol de eternos rayos,
que entre las tinieblas tu esplendor veamos!
¡Niño tan precioso, dicha del cristiano,
luzca la sonrisa de tus dulces labios!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Espejo sin mancha, Santo de los santos,
sin igual imagen del Dios soberano!
¡Borra nuestras culpas, salva al desterrado
y en forma de Niño, da al mísero amparo!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Rey de las naciones, Emmanuel preclaro,
de Israel anhelo, pastor del rebaño!
¡Niño que apacientas con suave cayado
ya la oveja arisca, ya el cordero manso!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Ábranse los cielos y llueva de lo alto
bienhechor rocío, como riego santo!
¡Ven hermoso Niño!
Ven Dios humanado, luce hermosa
estrella, brota flor del campo
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Ven que ya María previene sus brazos,
do su niño vea, en tiempo cercano!
¡Ven, que ya José, con anhelo sacro,
se dispone a hacerse de tu amor sagrario!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Del débil auxilio, del doliente amparo,
consuelo del triste, luz del desterrado!
¡Vida de mi vida, mi dueño adorado,
mi constante amigo, mi divino hermano!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Ven ante mis ojos, de ti enamorados!
¡Bese ya tus plantas! ¡Bese ya tus manos!
¡Prosternado en tierra, te tiendo los brazos
y aún más que mis frases, te dice mi llanto!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Ven Salvador nuestro por quien suspiramos,
ven a nuestras almas, ven, ¡no tardes tanto!

Oración al Niño Jesús:

Acuérdate ¡Oh dulcísimo Niño Jesús! Que dijiste a la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento y por ella a todos tus devotos estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”. Llenos de confianza en ti, ¡Oh Jesús, que eres la misma verdad!, venimos a exponerte toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada.

Concédenos por los méritos de tu encarnación y de tu infancia la gracia de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos a ti, ¡Oh Niño omnipotente!, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza y de que en virtud de tu divina promesa acogerás y despacharás favorablemente nuestra súplica. Amén.

Oración para todos los días:

Benignísimo Dios de infinita caridad que tanto amaste a los hombres, que les diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen naciera en un pesebre para nuestra salud y remedio; yo, en nombre de todos los mortales, te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio. En retorno a él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu Hijo humanado; suplicándote por sus divinos méritos, por las incomodidades con que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con total desprecio de todo lo terreno para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.

(Se reza tres veces Gloria al Padre).

Oración a la Santísima Virgen:

Soberana María, que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera por madre suya, te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma y la de todos los que en este tiempo hicieran esta novena, para el nacimiento espiritual de tu adorado Hijo. ¡Oh dulcísima Madre!, comunícame algo del profundo recogimiento y divina ternura con la que aguardaste para que nos hagas menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.

(Se reza tres veces el Avemaría.)

Oración a San José:

¡Oh Santísimo José!, esposo de María y padre adoptivo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Te ruego, por el amor que tuviste al Divino Niño, me abraces en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.

(Se reza un Padre nuestro, un Avemaría y un Gloria).

Día primero:

Cuando va a nacer un niño hay que prepararle la ropa y la cuna. Como San José era carpintero, fabricó la cuna más bonita, con la mejor madera que tenía, para el niño Dios. La Virgen María, alternando con los trabajos de la casa, pasó mucho tiempo tejiendo y bordando los pañales y ropitas. Poniendo siempre en todo lo que hacía el inmenso cariño que tenía a su hijo. A veces, como nos pasa a todos se cansaban del trabajo, pero entonces pensaban en el Niño Jesús y seguían haciéndolo con mucha alegría. Todos los hombres tenemos que trabajar porque Dios ha querido que nos ganemos la vida y ayudemos a que los demás sean felices. El principal trabajo de los niños es estudiar, hacer los deberes y ayudar en casa. Cuando trabajamos o estudiamos pensando en agradar a Jesús, a Dios le gusta mucho. Pero nuestro trabajo debe estar bien hecho, si lo dejamos para última hora, cuando ya no hay casi tiempo o si está hecho mal de cualquier manera por nuestra culpa, no se lo podemos ofrecer a Dios, porque sería como una ofensa. El regalo de este primer día para el Niño Dios será trabajar o estudiar con más empeño, como lo hicieron la Virgen María y San José.

Día segundo:

Con todo ya preparado para recibir al Niño Dios lo mejor posible, San José y la Virgen María recibieron la noticia de que debían viajar a Belén. Fue una gran contrariedad porque los viajes eran entonces muy molestos, sin embargo, no protestaron. Enseguida se pusieron a preparar las cosas para salir cuanto antes. Aquel cambio de planes, como a todos nos sucede cuando nos mandan algo que no nos gusta, les costó trabajo, pero como ellos sabían que al obedecer a quien lo había ordenado estaban obedeciendo a Dios, no pusieron mala cara y lo hicieron rápidamente.
Sin obediencia no puede haber orden. No debemos hacer lo que nos mandan sólo para no tener problemas, hemos de obedecer porque así le demostramos a Dios que lo amamos, como Jesús, que obedeció toda su vida desde que era Niño hasta que murió en la cruz. En este segundo día de la Novena, podemos preparar la venida del Niño Dios obedeciendo siempre a la primera, sin que nos digan las cosas dos o tres veces y con alegría. Así nos pareceremos a Jesús, a María y a José.

Día tercero:

Mientras la Virgen María y San José viajaban hacia Belén, otras veces conversaban entre sí y a veces caminaban en silencio. Cuando estaban callados, hablaban por dentro con el Niño Dios y le agradecían todas las cosas buenas que nos iba a traer a los hombres. También le decían al Niño Dios con el corazón, sin que se oyesen las palabras, que le querían mucho. Las oraciones vocales como el Padre Nuestro y el Avemaría son muy buenas, porque nos ayudan a pedirle lo que se debe y nos facilitan el rezar juntos. Pero para hablar con Dios no hace falta siempre que se nos oiga, Él nos escucha en todo momento porque sabe lo que pasa en nuestro corazón y en nuestra mente. Debemos procurar hablar con Dios, muchas veces a lo largo del día: cuando trabajamos o hacemos nuestros deberes, al caminar por la calle, cuando jugamos o cuando descansamos.
Nuestra vida es un camino cuyo final es el cielo, si lo recorremos hablando con Jesús, con María y con José, se nos hará muy agradable y el tiempo se pasará volando. Hoy, que vivimos el tercer día de la Novena, recordando el viaje de San José y de la Virgen, podemos proponernos hablar muchas cosas con Dios, por dentro, a lo largo de todo el día.

Día cuarto:

De vez en cuando, en el camino hacia Belén,
la Virgen María y San José tenían que detenerse y descansar. San José, que era más fuerte y tardaba más en cansarse, se preocupaba de que la Virgen estuviera lo mejor posible. Los dos hablaban del Niño Dios y
descansaban porque no pensaban en sí mismos.
A todos nos pasa que cuando estamos cansados nos cuesta pensar en los demás, nos olvidamos de que los otros – papá, mamá, los hermanitos – también están cansados porque han trabajado mucho y entonces, pensando sólo en nosotros, queremos que no se molesten ellos en lugar de ayudarles para que descansen. De este modo nos ponemos de mal genio y lo dañamos todo; porque ni estamos contentos nosotros, ni dejamos en paz a los demás. Sobre todo, en casa, acordándonos de la Virgen María y de San José, hemos de ayudar a que todos estén contentos, no es fácil, porque lo fácil es ser egoísta y no
ayudar a nadie, pero debemos luchar por conseguirlo. Hacer que los demás estén contentos y más aún cuando estamos cansados, le gusta mucho al Niño Dios. Son muchas las cosas que se pueden hacer, por ejemplo: no gritar, pedir las cosas con un por favor, prestar lo nuestro, perdonar enseguida a quienes han hecho algo que no nos gusta, etc. Algo parecido podemos ofrecerle al Niño Jesús en este cuarto día de la Novena.

Día quinto:

Cuando la Virgen María y San José llegaron a Belén, se encontraron con que no había ningún alojamiento en el pueblito, ya que eran muchos los que habían llegado para empadronarse. San José lo pasó mal porque el Niño Dios ya podía nacer en cualquier momento y él, que le hacía las veces de padre, no tenía dónde recibirle, sin embargo, no se desanimó, pues sabía que Dios estaba preparando todo para que se cumpliese su Santa Voluntad. La Voluntad de Dios es siempre mejor que la nuestra, como es un padre buenísimo, que nos quiere más que nadie, siempre dispone lo mejor para nosotros. A veces, no lo vemos hasta que pasa el tiempo, y algunas cosas no las entenderemos del todo mientras no lleguemos al cielo. En esos momentos en que nos cuesta lo que Dios quiere porque no comprendemos que sea lo mejor, hemos de tener fe como la tuvieron la Virgen y San José, debemos repetir en esos casos lo que seguramente diría San José: “Hágase, Señor, tu voluntad, que siempre es lo mejor para todos y para mí”. Como lo peor del mundo es rebelarse contra la voluntad de Dios y lo mejor es amarla, ofrezcámosle hoy al Niño Jesús todas las contrariedades que nos vengan a lo largo del día. Si las recibimos por amor al Niño Dios, tendremos mucha alegría y nos pareceremos a San José y a la Virgen María.

Día sexto:

Había en Belén una posada cuyo dueño, con tantos viajeros, estaba haciendo muy buen negocio. Como el Niño Dios ya debía nacer en poco tiempo, San José intentó que recibieran allí a la Virgen María, que
estaba muy cansada por el viaje. El dueño de aquella casa grande no quiso molestarse en buscarles ni siquiera un rincón en su posada y los dejó en la calle, fue muy triste que aquel hombre no venciera su egoísmo, ya que, además de hacer sufrir a la Sagrada Familia, se quedó sin ser el primer adorador del Niño Jesús. Todo lo que hacemos a los demás, sea bueno o sea malo, es como si se lo hiciéramos al mismo Señor Nuestro Jesucristo, porque Él así ha querido que sea, por eso, las personas egoístas que no tienen corazón ni para Dios ni para los necesitados, van por un mal camino. Si no se corrigen, perderán al Niño Jesús para siempre, harán sufrir mucho a todos y ellos mismos vivirán amargados. Por el contrario, cada vez que con la ayuda de Dios, vencemos esa tendencia mala a querer todo para nosotros, Jesús, María y José nos bendicen y nos dan un beso. Hoy podemos hacerle al Niño Jesús un regalo más valioso que el oro: no escoger lo mejor para nosotros sino dejarlo para mamá, para papá, o para alguno de nuestros hermanitos. Puede tener que ver con el postre, con los juguetes, con el mejor asiento o con cualquier cosa que nos guste mucho.

Día séptimo:

Como en Belén nadie les dio alojamiento, San José no tuvo más remedio que acomodar a la Virgen María en un sitio que nadie quería: en un lugar donde pasaban la noche los animales de un campesino. Barrió con unas ramas secas el suelo, puso unas cobijas sobre la paja para que se acostara la Virgen, encendió un fuego y preparó algo de comida. Con el fuego también se calentó el ambiente. Así San José, con las pocas cosas que tenía, poniendo mucho cariño, consiguió para la Virgen María y para el Niño Dios un sitio pobre, pero limpio y lleno de amor. Es muy fácil caer en la trampa de pensar que con lo que tenemos no podemos hacer bien las cosas, que, si tuviésemos mejores juguetes, otros hermanitos o más dinero todo iría muy bien. Cuando se cae en esta trampa, se vuelve uno envidioso, entonces se empieza a pensar que a los otros hermanitos les tratan mejor o que les dan las mejores cosas y los dulces más ricos. La envidia es muy mala, fue la que hizo que Caín matara a su inocente hermano Abel en la primera familia que hubo sobre la tierra y Dios maldijo al asesino. En el séptimo día de la Novena, nuestro presente para el Niño Dios puede ser contentarnos con lo que nos dan y no tener envidia de ningún hermanito o amiguito. Cuando Jesús
nos vea que nos parecemos a San José nos dará lo mejor: su cariño./span>

Día octavo:

En aquel lugar que había sido antes destinado a los animales, mientras la Virgen parecía dormir sobre aquellas pajas, San José se sentó junto al fuego con la intención de pasar la noche en vela. Contemplando la llama, meditó sobre cómo se encontraría el Niño Dios cuando naciera en aquel establo. Por una parte, tenía ganas de llorar por lo mal que se habían portado los de Belén, pero, por otra parte, como sabía que muchos cambiarían cuando conociesen a Jesús y se arrepentirían de verdad de
su mala vida, también sentía gozo pensando en lo poco que ya faltaba, luego pensó en sí mismo. Como todo le parecía poco para el Hijo de Dios, decidió esperarle repitiéndole muchas veces que le amaba pero le pudo más el cansancio y se quedó dormido. Es muy bueno que todas las noches, antes de acostarnos, examinemos cómo nos hemos portado durante el día, pero para ello hemos de ser valientes y no tener miedo a decirnos la verdad, aunque nos cueste. Los que dicen siempre la verdad son los que más agradan a Jesús, que se hizo hombre para decírnosla a todos. Los niños embusteros, aunque sus mentiras no sean muy grandes, se alejan de Jesús y no le quieren. Para borrar todas las mentiras que hemos dicho, en este penúltimo día de la Novena, procuremos esperar al Niño Dios repitiéndole muchas veces que le amamos.

Día noveno:

La Virgen María despertó a San José
para que pudiese adorar, antes que nadie, al Niño Dios. Cuando la Virgen le tocó el hombro, San José quiso enseguida ayudar en lo que hiciera falta, pero casi al instante comprendió que el nacimiento de Jesús había sido milagroso. Vio a la Virgen María, más guapa que nunca, porque ya era Madre sin dejar de ser Virgen, tenía en sus brazos al Niño Jesús dormidito y envuelto en pañales. San José, no dijo nada para no despertar al niño, ni se atrevió a cogerle, se puso de rodillas y lloró sin poder contener la emoción y la dicha. La Virgen le dejó que se desahogara y luego le entregó al Niño, mientras ella preparaba el desayuno. San José, tenía unas ganas enormes de apretar a Jesús junto a su pecho y llenarlo de besos, pero se contuvo.

Gozos

Dulce Jesús mío, mi niño adorado,
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!
¡Oh, Sapiencia suma del Dios soberano,
¡qué a infantil alcance te rebajas sacro!
¡Oh, Divino Niño, ven para enseñarnos
la prudencia que hace verdaderos sabios!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Oh, Adonai potente que Moisés hablando,
de Israel al pueblo diste los mandatos.
¡Ah, ven prontamente para rescatarnos,
y que un niño débil muestre fuerte el brazo!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Oh raíz sagrada de Jesé que en lo alto
presentan al orbe tu fragante nardo!
¡Dulcísimo Niño que has sido llamado
Lirio de los valles, bella flor del campo.
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Llave de David, que abre al desterrado
las cerradas puertas del regio palacio!
¡Sácanos!, ¡Oh Niño, con tu blanda mano,
de la cárcel triste que labró el pecado!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Oh lumbre de oriente, sol de eternos rayos,
que entre las tinieblas tu esplendor veamos!
¡Niño tan precioso, dicha del cristiano,
luzca la sonrisa de tus dulces labios!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Espejo sin mancha, Santo de los santos,
sin igual imagen del Dios soberano!
¡Borra nuestras culpas, salva al desterrado
y en forma de Niño, da al mísero amparo!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Rey de las naciones, Emmanuel preclaro,
de Israel anhelo, pastor del rebaño!
¡Niño que apacientas con suave cayado
ya la oveja arisca, ya el cordero manso!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Ábranse los cielos y llueva de lo alto
bienhechor rocío, como riego santo!
¡Ven hermoso Niño!
Ven Dios humanado, luce hermosa
estrella, brota flor del campo
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Ven que ya María previene sus brazos,
do su niño vea, en tiempo cercano!
¡Ven, que ya José, con anhelo sacro,
se dispone a hacerse de tu amor sagrario!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Del débil auxilio, del doliente amparo,
consuelo del triste, luz del desterrado!
¡Vida de mi vida, mi dueño adorado,
mi constante amigo, mi divino hermano!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Ven ante mis ojos, de ti enamorados!
¡Bese ya tus plantas! ¡Bese ya tus manos!
¡Prosternado en tierra, te tiendo los brazos
y aún más que mis frases, te dice mi llanto!
¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!

¡Ven Salvador nuestro por quien suspiramos,
ven a nuestras almas, ven, ¡no tardes tanto!

Oración al Niño Jesús:

Acuérdate ¡Oh dulcísimo Niño Jesús! Que dijiste a la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento y por ella a todos tus devotos estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”. Llenos de confianza en ti, ¡Oh Jesús, que eres la misma verdad!, venimos a exponerte toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada.

Concédenos por los méritos de tu encarnación y de tu infancia la gracia de la cual necesitamos tanto. Nos entregamos a ti, ¡Oh Niño omnipotente!, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza y de que en virtud de tu divina promesa acogerás y despacharás favorablemente nuestra súplica. Amén.